lunes, 21 de septiembre de 2009

La mesa

Ella está guardando su ropa en un bolso, ya acomodó dentro de los canastos la vajilla, los artefactos eléctricos, la ropa de cama y los manteles. Todas sus pertenencias ya están preparadas para ser llevadas por la mudanza.
Recorre las habitaciones, la más amplia la recibe con una canción de cuna, aquella que escuchó durante su infancia.
Cuando entra al comedor, una sensación extraña la envuelve.
En ese lugar cuando aún era niña, ocurrió el mayor episodio de violencia.
Ese día pudo esconderse debajo de la mesa grande, de noble y fuerte roble, vestida con un hermoso mantel tejido al crochet.
Una imagen vuelve a su mente, unos ojos celestes y una mano empuñando un cuchillo. Ruidos extraños, gritos, miedo que se instaló en su frágil cuerpo y un pedido de ayuda que no fue escuchado.
El arma cayó al piso, dejó huellas de sangre que se escabulleron entre los poros de las baldosas de granito, ya gastado por los años y la continua limpieza, a fuerza de trapo y cepillo.
Silencio y pasos apurados. Puertas que se cerraron; voces extrañas, y por último, una mano que la ayuda a salir de su escondite. Unos ojos celestes se clavan para siempre en su memoria.
A partir de allí, las personas que habitaban esa casa se habían reducido.
No preguntó porqué, cómo, ni quién. El miedo paralizó su pensamiento. Su decir se congeló ese día.
Nunca más fueron escuchadas canciones infantiles, ni acordes de ningún instrumento.
Las huellas exteriores fueron borradas; las del alma quiere callarlas.
Llega el camión de la mudanza. Todo está cargado, menos la mesa de noble y fuerte roble.
Elsa.

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